La arqueología en primera persona
Descubrir, observar y analizar el mundo clásico desde su frontera más oriental, Termez, Uzbekistán.
El Profesor Josep Maria Gurt, de la Universidad de Barcelona, nos cuenta en este artículo las vicisitudes y los retos que comporta desarrollar un proyecto de investigación en Asia Central, concretamente, en una exrepública soviética, así como las aportaciones científicas y metodológicas que ha supuesto su colaboración con los equipos locales, en un afán de transferencia de conocimiento y tecnología.
Nuestra presencia en Asia Central, la tomamos en un primer momento como una experiencia vital formativa en nuestra carrera investigadora, que nos ayudara a mejorar nuestra capacidad interpretativa en nuestros proyectos centrados siempre, hasta entonces, en el mundo clásico mediterráneo. Pero una vez sobre el terreno, descubrimos que la experiencia podía ir mucho más allá.
Estábamos en Asia Central, en una exrepública soviética, que había empezado a caminar como nación independiente hacía apenas 15 años, y el lugar elegido para nuestro trabajo arqueológico era la ciudad de Termez, en la ribera del Amu Darya, en su valle medio, el rio Oxus de los griegos, y actual frontera con Afganistán.
Sólo con estos datos es posible deducir ya una serie de circunstancias con las que habría que convivir, dificultades logísticas normales en un país de reciente creación y una zona de trabajo muy controlada militarmente por su estratégica ubicación geográfica en la que, justamente, gran parte del yacimiento arqueológico se halla en el interior de un recinto militar, con lo que todo ello conlleva de adaptación a las dinámicas de toda organización de carácter militar. Superadas estas dificultades, uno descubre la importancia y potencia de la arqueología soviética cuya inercia sigue presente, por el volumen del trabajo realizado y por la cantidad de la información publicada, que desgraciadamente no llegó ni ha llegado a nuestros países.
Tashkent, la capital de Uzbekistán, tenía en época soviética una de las escuelas arqueológicas más potentes de la antigua URSS, y con la independencia, los arqueólogos siguieron su trabajo, pero sin los medios necesarios que les permitieran seguir avanzando desde una perspectiva tanto teórica como metodológica, quedando anclados en un pasado, que tenía aspectos positivos, la calidad humana y científica de los miembros de la comunidad arqueológica, y otros muy discutibles, sobre todo en la vertiente metodológica.
En este sentido, nuestra presencia en el lugar ha sido muy positiva, aportando una metodología, nueva para ellos, en la documentación del registro arqueológico; en la aplicación de los métodos geofísicos en la prospección; en la creación de dataciones absolutas en serie por C14; estudios paleoambientales; y fundamentalmente en la evaluación de las interacciones culturales y transferencia de tecnología en las sociedades complejas del pasado a través del análisis de la cerámica aplicando técnicas arqueométricas.
En gran parte de este listado de aportaciones, somos pioneros en su introducción en Asia Central. Ello ha significado un reconocimiento por parte de las autoridades locales, que, valorando la importancia de nuestra contribución, nos permiten exportar hacia España, un volumen considerable de material arqueológico, inorgánico y orgánico, para que una vez en nuestros centros de investigación puedan someterse a todos los análisis necesarios para llegar a nuestros objetivos. Nuestro afán por la transferencia de conocimiento y de tecnología no tiene límite y muy recientemente hemos incorporado a nuestros estudios, técnicas aplicadas en el registro tridimensional del patrimonio mueble e inmueble y análisis de magnetización del material arqueológico, arqueomagnetismo.
Para nuestra andadura en las estepas centro-asiáticas, y ya desde sus inicios, constituimos un equipo formado por investigadores de la Universidad de Barcelona y de la Universidad de Salamanca a los que de forma puntual se añadían, y se añaden, profesionales de la arqueología con perfiles diferentes adecuados a las distintas actividades programadas en cada campaña de trabajo de campo. En este caso, como en todas las misiones arqueológicas que comportan estancias largas lejos del lugar de origen, cuenta mucho no tan solo la capacidad científica de cada uno de nosotros sino también, y mucho, la calidad humana, la capacidad de cada uno de nosotros de convivir las 24 horas del día, durante muchos días, meses incluso, con el resto del equipo.
En el yacimiento y en la base vivimos empatizando con el resto del equipo, españoles y uzbekos. Una comunicación a veces difícil cuando no encontramos un idioma común de relación, el inglés se habla poco o muy poco entre los uzbekos, y para nosotros el uzbeko es muy difícil. El ruso, común entre las generaciones mayores, y que algún miembro de nuestro equipo habla, sucede que ha dejado de ser el idioma de comunicación habitual entre las nuevas generaciones.
A la empatía hay que sumar la capacidad de adaptación al medio en el sentido más amplio, desde el clima a las costumbres de una sociedad cuya base es muy distinta a la de todos nosotros. Trabajamos en un clima continental, de amplio contraste térmico, con temperaturas muy altas la mitad del año y muy bajas la otra mitad, sin que casi exista una primavera y un otoño, con un grado de humedad muy bajo que cuartea con facilidad la piel de cualquiera de nosotros. Afortunadamente, el yacimiento está junto al Amu Darya, una masa de agua enorme que desciende de los Pamires y del Hindukush, que tiene un efecto balsámico sobre nuestros fatigados cuerpos, justo cuando a mediodía, por efecto de las corrientes térmicas y el contraste de temperatura de la masa del agua del rio y la de la estepa, se produce una auténtica brisa marina, creando en nosotros un espejismo que nos traslada a la mismísima ¡Empúries!
La alegría dura poco sobre todo cuando el cielo parece nublarse sin que se aprecie en el horizonte ninguna nube y la temperatura sube más si cabe a extremos insoportables. Es el aviso de la inmediata llegada del afgano, viento fuerte del sudeste, en forma de borrasca seca, aunque al final del ciclo puede producir lluvia, que levanta cantidades enormes de polvo procedente de los desiertos del norte de Afganistán, y que dejará la ciudad sumida en la obscuridad, sin que sea posible hacer trabajo de campo por supuesto, pero tampoco laborar con ordenadores ni equipos de precisión en la base, porque el polvo, extraordinariamente fino se cuela por todas partes.
Es un mundo de sopas por influencia rusa en parte y verduras crudas y frutas que las huertas de los grandes oasis, producen abundantemente. De confluencia de costumbres de pueblos de tradición nómada y pueblos sedentarios, de carne de cordero asada de distintas formas y pasta rellena de carne hecha al vapor –los manti- por influencia de las poblaciones de etnia iugur. Sin olvidar el plov, auténtico plato nacional, aunque no exclusivo de Uzbekistán, en torno al cual existe una verdadera competencia para ver quien lo prepara mejor, con tantas variedades en cuanto a su elaboración y sabor final, como oasis cuenta el país.
Con todo, hay que tener cuidado, el peligro no está en los alimentos sino en el agua. Para la OMS sigue siendo una zona que requiere precaución y hay que estar preparado para no causar baja, a veces de días, y mermar de fuerzas al equipo. El té a todas horas, litros de té al día lo soluciona todo. Los que son “cafeteros” lo pasan mal, uno no puede viajar a la misión sin llevar una cafetera y reserva de café para el tiempo que vaya a durar la estancia. Difícilmente se encuentra café y menos una cafetera italiana.
Y, sin embargo, estamos satisfechos de lo que hacemos, de cómo lo hacemos, dónde lo hacemos y con quién compartimos la satisfacción de los resultados obtenidos. Seguiremos…
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