La tumba tebana 209 se encuentra en Asasif Sur, Luxor, un sector muy poco explorado de la necrópolis de esta ciudad, uno de los centros religiosos del Egipto antiguo.
En la actualidad, es el elemento en torno al cual se desarrolla el “Proyecto dos cero nueve”, la Misión Arqueológica de la Universidad de La Laguna, que centra en ella sus actividades de campo desde 2012. Hasta la fecha se han realizado siete campañas arqueológicas que, desde 2018, se extienden también a varios puntos del wadi Hatasun, en cuya ladera norte se construyó la tumba.
El propósito para solicitar este yacimiento fue identificar la cronología de la TT 209 y la identidad de su propietario, pues los datos disponibles parecían contradictorios. Se buscaba también información para relacionar su estructura con la evolución general de la arquitectura funeraria tebana y comprender cómo era la integración de la tumba –y sus vecinas– en su entorno geográfico y, en especíal, su posible conexión con una hipotética procesión religiosa que circulase en la Antigüedad entre la necrópolis y un santuario al pie de la montaña.
Desde la segunda campaña la Misión ha corregido la identidad del propietario. Recientemente ha hallado también evidencias que permiten sugerir una cronología diferente a la que le atribuían los primeros visitantes que dejaron testimonio escrito de su entrada, a comienzos del siglo XX. La TT 209 fue construida para un alto funcionario de origen nubio, llamado Nisemro, que debió de vivir a comienzos de la dominación nubia de Egipto, a finales del siglo VIII a.e., por lo que esta tumba podría ser la más antigua documentada hasta ahora de la Dinastía XXV.
La arquitectura del complejo es muy original. En el exterior aprovecha el emplazamiento en la ladera norte del wadi, que fue cortada mediante tres terrazas para su erección. En la inferior se levantaron los muros del patio y se talló una rampa terminada en escalones como entrada a las cámaras subterráneas. En la terraza central se alzaba un edificio de culto. En la última campaña iniciamos la excavación de la superficie plana superior donde han empezado a aparecer restos de muros de adobe que podrían corresponder a un tercer nivel del edificio.
Exterior de la TT 209. Patio y edificio de culto. Campaña 2014. Fotografía: Miguel Á. Molinero Polo
La estructura subterránea presenta una sucesión de salas en dos ejes; el principal, sur-norte, sigue la dirección marcada por la rampa de acceso y pudo dedicarse al enterramiento del propietario. En el eje lateral, que se dirige hacia el oeste, una inscripción menciona a la madre de aquel. Esta parte del complejo debió de construirse para ella.
Algunos de los detalles constructivos de estas cámaras están en la base del desarrollo posterior de la arquitectura monumental tebana, como los cuatro pilares de la segunda sala. Otros elementos son excepcionales, como las pilastras papiriformes de la sala transversal, o las puertas ficticias de la sala de pilares. Los relieves, de una gran calidad, son uno de los ejemplos más tempranos del arcaísmo que caracterizará la escultura egipcia en el Periodo Tardío.
La estratigrafía excavada en el yacimiento está compuesta por los depósitos de limo y piedras dejados por las riadas que han entrado desde el wadi así como por materiales traídos por las aguas o caídos desde la montaña. La información combinada de unos y otros está permitiendo análisis de diversos tipos.
Uno de los estudios más originales que estamos desarrollando es el del régimen de lluvias en la región tebana durante la Época Ptolemaica. La tumba está colmatada por unas cincuenta riadas cuyos sedimentos alcanzaron el techo en el plazo de tres o cuatro siglos. Esta cronología implica una frecuencia de precipitaciones torrenciales que es excepcional para la imagen –al menos la que tenemos los occidentales– del clima en el norte de África.
Los testimonios de cultura material que hemos hallado están permitiendo analizar el ritual de enterramiento y del servicio funerario en dos momentos históricos diferentes. El primero es el desarrollado bajo la Dinastía XXV. Correspondientes –seguramente– a los enterramientos originales son los restos de varios ataúdes, vasos canopos, una –o más– redes de cuentas para cubrir el cuerpo y ushebtis un tanto simples de una tipología mal identificada hasta el momento. El testimonio más sorprendente es la evidencia de una cama funeraria, un rasgo característico de la civilización nubia, que muestra que el propietario se mantuvo fiel a determinadas tradiciones de su lugar de origen. Esta fidelidad puede estar también en la base de alguno de los rasgos más originales de la propia estructura arquitectónica de la tumba.
Otro interesante hallazgo que puede estar relacionado con el enterramiento de Nisemro y su familia son los restos de un depósito de momificación. Está compuesto por seis recipientes de cerámica. En su interior se habían introducido los tejidos desechados del proceso de embalsamamiento de uno o varios cuerpos, así como el natrón ya usado, recogido en pequeñas bolsas hechas con jirones de paños de lino. En torno a las jarras se han hallado también las hojas de alguna rama de persea (Mimusops schimperi) que se usó en la ceremonia. El conjunto se guardó en el exterior de la tumba, posiblemente apoyado sobre la pared occidental.
Tras el primer momento de utilización de la tumba, las cámaras internas debieron de ser cerradas, pues no se ha encontrado en ellas ningún resto cerámico o de otro tipo que pueda atribuirse con seguridad a los siglos VII y VI a.e. La primera fase de reutilización de la tumba corresponde al final de la Época Persa. Esta etapa se documenta por un conjunto muy amplio de recipientes cerámicos, la mayoría completos, depositados en el patio y las cámaras interiores en el curso de ceremonias desarrolladas en torno a varias mesas de ofrendas. Podemos deducir que se trataba de un ritual de servicio funerario. La celebración se hacía, además, con cierta periodicidad, si se juzga por el elevado número de testimonios y su variedad.
Recipientes sobre el suelo de la sala transversal. Campaña 2015. Fotografía: José Miguel Barrios Mufrege
Conservamos las lámpara con las que se iluminaba el interior de la tumba, los quemadores de incienso para propiciar a través del olfato el ambiente de contacto con lo sobrenatural, las sítulas para líquido de las libaciones, platos y diversos tipos de recipientes para ofrendas. Alguno de estos son de boca estrecha y en ellos cabrían cereales, vegetales u otras ofrendas pequeñas, mientras que otras vasijas tenían que recibir una ofrenda tan voluminosa y rígida que obligó a recortar su parte superior: posiblemente las patas de algún animal. Este ritual debía de estar relacionado con la Bella Fiesta del Valle o una celebración similar, en la que las familias visitaban las tumbas y compartían un banquete con sus difuntos.
Cámara lateral 3. Nivel superior del depósito funerario. Ortofotografía: Sergio Pou Hernández
Los destinatarios tuvieron que ser las personas momificadas que estamos hallando en una sala lateral. Esos depósitos ceremoniales se repiten en diferentes estratos superpuestos desde el suelo, lo que implica que durante un periodo de tiempo largo la tumba estuvo accesible, era inundada periódicamente por riadas y, aún así, continuaba siendo lugar de enterramiento y de celebración de los rituales descritos.
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