La pandemia del corona-virus, entre sus múltiples consecuencias, ha causado que muchas excavaciones quedaran en dique seco por más de un año, casi dos. De sobra sabemos todos que éste no figura entre los problemas graves con los que hemos tenido que lidiar, pero sí es verdad que los investigadores que realizan trabajo de campo y que les gusta la acción, la naturaleza, y trabajar al aire libre, se han sentido frustrados y hasta amargados por el confinamiento y la reducción de movilidad que hemos padecido y todavía sufrimos.
Versionando a los colosos de Memnon. Créditos: José M. Galán
Los arqueólogos constituyen un colectivo en el que claramente se detecta cómo la profesión y la pasión pueden ir de la mano, inseparables. Por ello, la necesidad, incluso el ansia por excavar, ha ido acrecentándose con el tiempo. ¿Cómo combatir el mono por excavar? Los documentales, las páginas web de los proyectos y de las instituciones que apoyan y arropan la arqueología, las conferencias online, etc., todo ello ha servido para mantener el ánimo arriba y no perder el contacto, aunque sea virtual, con las excavaciones.
En mi caso, aproveché la ocasión o excusa de tener que terminar de gestionar los permisos de excavación en el Ministerio de Antigüedades de Egipto, para marcharme a Egipto unas semanas y no perder así el contacto con la arqueología y con los paisajes, la gente y la cultura del país.
En Egipto se vive la pandemia con mucha más naturalidad que en España. Tal vez por ese empuje que tienen interiorizado de sacar adelante la vida, de sobrevivir aún en las condiciones más adversas y, a la vez, de no tener miedo a la enfermedad o a la muerte, de aceptarla con resignación, como una fase más de la vida.
¿Será que en Occidente hemos exagerado la negación y el rechazo a la muerte?, ¿será que nos da pavor? ¿será que incluso nos resistimos a aceptar el riesgo, la inseguridad y la incertidumbre? ¿será que necesitamos sentirnos seguros en todo momento y nos empeñamos en prevenir los riesgos que conlleva la vida misma?
En Egipto la gente lleva mascarilla y se la pone en lugares cerrados o muy concurridos. Por la calle la mayoría anda con la mascarilla quitada. Todo está abierto (los restaurantes cierran a las 12) y la calle registra una casi plena actividad. La gente está contenta e interactúan con mucha normalidad. Aquí se siente que la vida sigue, que no se ha parado como en muchos lugares de nuestro entorno.
Vértebras de ballena Basilosaurus en el desierto junto al oasis del Fayum. Créditos: José M. Galán
En estas semanas robadas a la pandemia he visitado el oasis del Fayum, un verdadero paraíso de naturaleza y de arqueología. Lo más llamativo tal vez sea visitar Wadi al-Hitan, donde se pueden ver in situ esqueletos de ballenas (Basilosaurus) en pleno desierto, rodeados de una gran variedad de fósiles marinos. Pero, como egiptólogo, sin duda alguna merece mucho la pena visitar el templo de Qasr el-Saga, del Reino Medio, o las pirámides de Hawara y de Lahun, también de esta época y que se han abierto al público hace relativamente poco tiempo. Además, las ciudades de Karanis y Dimeh, de época griega y romana, te dejan con la boca abierta por las construcciones en adobe todavía en pie y la extensión del yacimiento.
En El Cairo coincidí con el traslado de las momias reales desde el Museo Egipcio en la plaza de Tahrir al Nuevo Museo de las Civilizaciones, en el barrio de el-Fustat. Tahrir estaba acordonada y totalmente inaccesible, por lo que alquilamos una habitación en un hotel que daba a la plaza y, desde el piso doce, pudimos seguir el “Golden Parade” con una panorámica inmejorable. Dejando a un lado la tristeza de ver cómo el museo de referencia de todos los egiptólogos va poco a poco perdiendo piezas tan singulares como las momias reales o el tesoro de Tutankamon, y dejando a un lado el riesgo que supone trasladar de lugar las momias, el “show” para promover el turismo internacional y, a la vez, el orgullo patrio, fue todo un éxito.
Días después visité el Museo Egipcio en Tahrir y debo decir que, por suerte, Egipto tiene tal cantidad de cultura material de tanto valor histórico y cultural, y de tanta belleza, que el museo no corre peligro de quedar vacío. Tal vez suponga todo esto una oportunidad para exponer las piezas de forma más desahogada y que se pueden apreciar los detalles con una mejor iluminación. Por otro lado, también tuve la ocasión de visitar el Nuevo Museo de las Civilizaciones de Egipto (NEMEC) y he de confesar que la impresión fue mucho mejor de lo que esperaba.
La iluminación de las piezas es muy buena y las vitrinas están suficientemente desahogadas. Si bien las piezas han perdido su contextualización y se han separado de sus conjuntos, lo que se convierte en un problema para los egiptólogos, la exposición temática es muy atractiva y se abordan temas relativamente poco conocidos, como a construcción en adobe, la confección de telas, la elaboración de pan, los trabajos agrícolas, la navegación fluvial, la escritura, etc.
Detalle de los muros ondulantes que se paran las distintas zonas de talleres asociados al palacio de Amenhotep III (ca. 1355 a. C.) en la orilla oeste de Tebas (Luxor). Créditos: José M. Galán
En Luxor también tuve la suerte de coincidir con otro gran evento arqueológico y mediático: el anuncio oficial a los medios de comunicación del descubrimiento de la “Golden City” (parece que en Egipto todo tiene que ser “Golden” para lucir y atraer la atención de los medios) o también denominada “the Lost City”. De nuevo, un completo éxito mediático. En este caso el hallazgo sí tiene mucho interés y puede considerarse un gran descubrimiento. Se trata de los talleres asociados al palacio de Amenhotep III (conocido como “Malqata”), datados en torno al año 1355 a. C. Amenhotep III trasladó su palacio de la orilla oriental, junto al templo de Karnak, a la orilla occidental del Nilo. Su sucesor, Akhenaton, años después trasladó su residencia y corte de ahí al Egipto Medio, a Amarna. Pudiera ser que ambos movimientos pretendieran huir de un brote de peste que pudo haber en Tebas en aquellos años, una especie de pandemia de la cual todavía se desconocen los detalles.
Cerámica in situ en la ‘ciudad perdida de Amenhotep III, ca. 1355 a. C., en la orilla oeste de Tebas (Luxor).
Créditos: José M. Galán
Los talleres, de reciente fundación y rápido abandono, se conservan en excelente estado de conservación. Muchas de las estancias tienen incluso las vasijas in situ y con el contenido dentro. Las paredes de adobe de las casas se conservan con más de un metro de altura y, en algunos casos, incluso más de dos. La zona de talleres está dividida en barrios, delimitados y separados entre sí por un muro sinuoso que hace especialmente llamativo el lugar. Hay zonas de elaboración de adobes, de producción de carne, de confección de telas y sandalias, de amuletos, etc. La cantidad de vasijas completas o casi completas es enorme, algunas de ellas de gran calidad y con decoración pintada (predomina el color azul claro) o con apliques de la cabeza de la diosa Hathor. En definitiva, un gran hallazgo que en futuras campañas seguirá aportando valiosa información sobre la vida cotidiana y la organización económica y social de la antigua Tebas a mediados del siglo XIV a. C.
En Luxor el ambiente es especialmente tranquilo. La vida continúa, si bien con menos bullicio debido a la falta de turistas y de excavaciones arqueológicas. En la orilla este, el zoco está demasiado silencioso, y en la orilla oeste el tráfico ha disminuido drásticamente. Pero esto hace que sea un momento idóneo para visitar a tus anchas templos y tumbas que normalmente están muy concurridos. Mientras tanto, los inspectores del Servicio de Antigüedades, igual que los arqueólogos, esperan que poco a poco nos vayamos despertando del letargo y vaya volviendo la actividad a los yacimientos, se vuelvan ha oír los gritos del capataz dirigiendo a los trabajadores, los palaustrines rascando la tierra. Ya falta menos. Eso seguro.